Por Liliana Cavazos
Él y yo crecimos juntos; nuestro primer instinto fue escuchar.
Un día escribimos hasta tres décadas en partituras, pero yo ya había renunciado a mi banquillo en la orquesta.
Tuve un pretexto: la escusa barata y trillada de volverme poeta.
Y entonces abandoné el pentagrama como se abandona todo lo que ya no se usa y ya no se quiere, y, lo cambié por cualquier servilleta, cualquier trozo de papel que me ofreciera un lugar seguro para vaciar mis ensayos.
Y sin darme cuenta entonces, lo abandoné a él también.
Él esperaba paciente abrazando su chelo, esperaba verme llegar con mi violín, esperaba la instrucción del director de orquesta.
Y entonces, él era ya un músico triste, y, yo, sin remedio, de todos el poeta más triste.
*Para el maestro José Rubén Regalado Garza, "Robenovski Reggatov", por la orquesta que dirige en su corazón.
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