2022/03/27

Hubo una época

La cama tendida fue el asiento perfecto para contemplar mi memoria. Frente a mi, la pared con afiches que no me interesaba comprender: artistas que alguna de mis nietas admiraba. Mi juventud no fue así. Mi juventud fue más larga y a la vez efemira. Hubo una época en la que cada año parí. Hubo una época en la que cada dos días terminaba de coser la ropa nueva de mis hijos. Hubo una época en la que diario caminé bajo el sol acarreando cubetas de agua. Hubo una época. 

No me despedí de Juan y aún eramos jóvenes y ya teníamos nietos. Fue una tarde cuando llegó de la jornada, se quitó los zapatos, se sentó en la mecedora y le pidió a una de nuestras hijas que le pasaran a nuestra nieta. Ella tenía apenas un mes de nacida. La bebé reposó en sus brazos y el reposó en la vida. Ahí, danzando entre el amor y la tragedia, entre la vida y la muerte, con los brazos bastos de su descendencia, mi Juan cerró los ojos y durmió eternamente. 

Él vio nacer a su nieta, y su nieta le vio partir.

Contemplando a tanta distancia mi propia vida, me sorprende haber transgredido el canon moral del luto, porque en algún momento me convencí que me sobrepuse al velo negro y continué sola el camino. 
 Años más tarde, muchos años más tarde, así cerca de mi centenario de años, un golpe de olvido azotó la melancolía de mi ser: cada día nuevo era imposible de guardarse en mis recuerdos. 

Mis ojos reproducían una sola película constante: Juan, Juan, Juan. Esa tarde caminando en la plaza de San Pedro, esa vez cuando me cantó con la guitarra. Su palabra franca y protectora, y sus cristalinos ojos al recordar lo poco que recordaba a su madre. 

La tarde de la pared con afiches entró a la habitación una mujer. No supe quién era y le pregunté a mi hija. Cuando me dijeron el nombre de la mujer atisbé, el enredo en mis pensamientos me llevaron a reprocharle su tardía llegada, a cuestionarle si se había visto con ese hombre, a reprender a quein yo creí era una de mis hijas por haber ido en busca del amor. La mujer me miraba estoica y no atendía mi reprimenda. Luego, con voz tímida pronunció: "me llamo como tu hija, pero soy tu bisnieta".

Se me lanzó en un abrazo tierno y se colgó en llanto.

- ¿Me olvidaste?- preguntó.

Su abrazo me rodeaba como sarmiento, me recordaba las uvas y la vendimia y el vino. Y yo aún sin recordarla le acaricie el pelo, le besé la frente y negué mi olvido fulminante porque sentí la presencia de la cosecha, a Juan cantando y el sol danzante.