Bitácora personal. Día 10,555
Por Liliana Cavazos
A las tres y media de la mañana salté de mi cama; con un ojo
cerrado y el otro a medio abrir, no hubo dificultad, solo obedecí los comandos que
una noche antes dejé en mi memoria con técnicas de programación neurolingüística.
Bajo el chorro de agua en la regadera recordé el itinerario
del día y el punto medular de la agenda: a media mañana, yo tomaría un fusil de
asalto y parapetada, dispararía. Nada extraordinario, un curso de militares
para periodistas.
Un cumulonimbo se formó en mi corazón; recordé lo que se
siente tener los ojos frente al cañón, la cara dura igual que la bala y un rezo
piadoso al dedo que baila en el gatillo.
Esta ciudad y sus vicisitudes; aún con tiempo de sobra y no
llegué. Mis manos están limpias, el rodizonato de sodio dará negativo, así será
siempre, sin restos de plomo y bario en mis poros… quizá fue cosa del destino, quizá fue cosa de la ciudad, pero me
convenzo de algo: estas manos no son para disparar.
. . . .