2012/06/22

Me quedo un viernes en la capital | Lo único que sé de Erick

Lo único que sé de Erick.
Por Liliana Cavazos
Me incliné un poco más; pensé que mi posición fetal ya no era suficiente para esquivar balas. Y no lo era.
Mi pierna desangraba, pero ni siquiera sentí dolor y tampoco ubiqué la herida; pensaba en mi infortunio y lo mucho que lloraría mi madre al saberme muerto y justo en ese momento perdí el conocimiento.
No morí. Hoy sí duele la herida, tanto, que el sólo hecho de pensar en dejar caer el peso de mi cuerpo sobre mi pierna derecha para dar un paso, me causa dolor.
Me veo al espejo y encuentro a un desconocido. Ese rostro de terror, esa delgadez espontánea que causa el temor diario y mí inclinada postura causada por el plomo.
Cada día desde que recobré el conocimiento, siento que la esquirla de la bala penetra más. Los médicos aseguran que ya sacaron todo, pero poco saben de esos fragmentos emocionales que se entierran lento y sin propósito.
Mi herida es poco, mi temor también. Cierro los ojos y de nuevo estoy en esa calle; el rechinido de la llanta de un coche advierte la situación, y en menos de tres segundos el sitio es invadido de militares y sujetos armados disparando entre si desde sus vehículos, sin importar quien este a su paso.
Esa tarde murieron ocho personas, dos ellas en el hospital, el mismo a donde fui internado. Uno de esos muertos y yo fuimos trasladados en la misma ambulancia: Erick, seis años.
De él sé poco. Lo suficiente para sentir que muero a diario. Sé que cuando comenzó la balacera esperaba a su mamá en el auto estacionado. Ella se resguardaba junto a mi, en la enana barda de una jardinera.
Entre bala y bala, la mujer hacía señas a su hijo para que se mantuviera quieto en el auto. Sé acerca de Erick, que no entendía las señas de su madre, y que, lejos de temer por su vida, temía por la de ella.
Erick abrió la puerta, salió corriendo; lo ví volar del coche a la jardinera mientras mi nariz se llenaba de olor a pólvora quemada. Su baja estatura le permitió pasar desapercibido entre los pistoleros.
Ella se puso de pie; uno de los pistoleros detectó el movimiento, giró su fusil y disparó al tiempo que el niño se abalanzó sobre su madre amortiguando el impacto de la bala.
Yo aún no se en que momento fui herido. Pero yo no morí, ni ella… ni quien disparó.