2014/12/01

Secar la infamia | Capítulo Tretsofary

Por: Liliana Cavazos

Recuerdo tu lengua esculpiendo promesas  en mi espalda. Decías, seguro de todo, que era mejor taparnos juntos con la misma cobija que andar por ahí, ve a tú a saber con sabe tú cuál piel dándole calor a esto.

Pero bien, lo último que recuerdo es eso, y sólo eso. Piel contra piel. Después ya no pude retener más información. La mente a capricho se hunde en recuerdos, esos, de esas mañanas sonoras de gemidos, y tu-de-li-ca-do-tim-bre-de-voz-a-ca-ri-cián-do-mi-o-í-do.

Decías, como si fuera real, que te recordaba una triste nota de una canción, de esas que entre su tristeza te hacen abrazarlas cómo un resquicio de amarillo en una mancha gris. Te gustaba poner tus ojos frente a los míos. Te gustaba poner tus manos en mi cintura. Te gustaba poner tus labios en mi cuello. Te gustaba besarme los pechos. Te gustaba tragarte mi lengua. Te gustaban mis piernas enteras enredadas en tu cadera. Te gustaba matarme de a lento, hacia adentro y hacia adentro.

Te gustaba que lloviera y saberme mojada. Te gustaba, te gustaba. Hombre tú al fin, vengándole al mundo tus derrotas en lo profundo de una mujer lastimada.


Lo último que recuerdo me lleva a la conciencia de saber que te subiste la bragueta y que luego cruzaste la puerta. La mente a capricho juega conmigo y tu cobarde rastro se seca y se pudre de ratos en mi cama y de a ratos en mi infamia.

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2014/07/31

El humano y yo | Capítulo Tretsofary

El humano y yo
Por Liliana Cavazos

Conocí a Helder un 18 de mayo de 2013. Recuerdo la fecha porque la leí en el periódico con que se tapaba uno de los vagabundos de la calle Allende. Hasta la mañana de ese día yo era un gato más de entre tantos callejeros cobijados en el desamparo.

Yo rondaba las calles en busca de algo de comida. No era fácil porque soy un gato bastante torpe para mantener una conexión con mi más primitivo instinto de tigre cazador. Aprendí a leer desde que era un cachorro y desde entonces preferí mil veces detenerme frente a los letreros urbanos y pasar horas viéndolos para leer repetidamente la frase ahí plasmada: Eje Central, Zócalo, Belisario Domínguez.

Sé que soy blanco de la burla de otros gatos. No me sé defender, soy incapaz de cazar pájaros, ratones e insectos. Vivo de la caridad humana –la cual es escasa- y la fiesta en mi estómago solo viene cuando algún humano se digna a compartirme su torta de tamal.

Así que la vida no ha sido fácil para mí. En el amor soy un perfecto perdedor; además de que las felinas me ignoran soy incapaz de luchar contra los otros gatos por amor. Solo una vez lo hice y me gané una aporreada.

Hambriento y con el corazón roto estaba yo aquél 18 de mayo en la esquina de Allende y Belisario Domínguez. No me quedaba más que implorar, rogar ayuda a los estúpidos humanos. Maullé con el corazón, maullé con fuerza, con las pocas que me quedaban. Maullaba y rezaba. Fuerte, agudo, constante, cagante.

De pronto apareció la silueta robusta de Helder. Caminó hacia mi y se detuvo. Fue extraño; era la primera vez que un humano me miraba. Que cosa tan maravillosa, los ojos de los humanos tienen un círculo negro en el centro y no diamantes como nosotros. Que fascinantes son los humanos con su estilo bípedo y sin cola, siempre me he preguntado como logran equilibrarse.

Que fascinantes sus  garras sin uñas afiladas, qué increíble que tienen una falange a la que llaman ‘dedo pulgar’. Le dicen ‘mano’ y la abren como lo hacen las flores cuando dejan de ser botón.

Helder se agachó, abrió sus manos y me tomó.

-¿Qué haces humano?- le pregunté.

Helder se estremeció y en el susto me aventó al piso –situación que poco me importó porque disfruto caer en cuatro patas-.

- ¡Puta madre!, ¡un gato que habla!

- Pues lo normal ¿no?, le contesté.

- ¡Ay wey!, no perdóneme señor Gato, yo no sabía que los gatos hablaban.

- Tururu mi señor, mi nombre es Tururu. Como todos los gatos hablo, pero los demás no tienen razones para hablar con los humanos. Soy poco convencional y no tengo amigos y ello me motiva a romper la regla.

- ¡Órale gatito!, este, perdón, señor Tururu. Aparte de que habla tiene usted mucho estilo.

- Mi abuelo era inglés, y mi madre gata de casa. Mi suerte es diferente, más no peor.

Nos sentamos en la banqueta y seguimos la charla. Después me invitó al Starbucks. Cuando llegamos me disculpé con Helder y le dije que no podía tomar café ahí porque mi espíritu es comunista.

-Te entiendo- me dijo. Se nos hizo de noche y permití que Helder me cargara. Me sentí tibio y amado y entonces ronroneé. Me llevó a su hogar, un pequeño departamento decorado con libros.

Desde entonces soy su gato y él es mi humano. Aunque a veces ese humano me saca de quicio porque no cambia el aranero a tiempo. En venganza rasguño los sillones y me trepo en el teclado de su computadora o escupo pelo en sus zapatos.

Lo mejor es cuando llega la mañana y Helder me lee un cuento para antes de dormir. Cuando despierto en la noche me paro en la ventana y observo desde alto a los callejeros hambrientos, pero la escena se rompe cuando escucho el metal de mi plato lleno de croquetas tocando el mosaico del piso y luego Helder me llama.

-¡Señor Tururu!, es hora de cenar.
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