2013/11/14

Dedos trabados | Me quedo un viernes en la capital




Dedos trabados
Por: Liliana Cavazos

Hace mucho que no escribo. No sé qué pasó, quizá se me enfriaron los dedos, quizá te atoraste en mis pensamientos. Soy muy joven para que me pase esto, y hoy por fin reconozco que desde hace unos años, los dedos se me entumen; cada uno de los huesos de mis falanges se convierten en pequeñas estatuas de oda a las prosas que guardo y que soy incapaz de escribir. Me da pena y cubro una mano con otra para que la gente no note a mis flacuchos dedos trabados. Y llega el frío previsto, pero hostigante, y se cuela por el tejido óseo. Hace mucho que no escribo porque me trabo. Me limito a los textos del día, los que un editor inserta en rejillas de un CMS para un portal informativo; ese CMS que es una palabra nueva para mí, la palabra de este año: Xalok. Que curiosa palabra, que bonita, que rico se siente pronunciar las equis como ches, que delicia la formación fonética entre la lengua y los dientes, y el airecito que se escapa de la boca para pronunciar. Luego camino a casa y también me trabo. En la banqueta, afuera de la oficina me trabo, y no sé si deba caminar, regresar en bicicleta, o hacer el absurdo trasbordo de Metro para solo avanzar tres estaciones. Quizá un taxi, pero el bolsillo se me traba. Y luego esos ojos claros sacuden mi mente, y me trabo. Y luego pensar en el futuro y me trabo. Y después recordar el pasado… y también, lo mismo pasa. Y el presente solo fluye sin trabas. Con mis dedos entumidos saco de mi bolsillo tres pesos; frente a la decisión de comprar un boleto para abordar el Metro encuentro que una de las monedas de peso, es de 1992. Es un viejo Nuevo Peso. Entonces lo guardo, porque soy rara y guardo las monedas de 1992 para regalárselas a mi hermano que nació ese año, aunque a él no le importa el asunto de las monedas. Esta trabado. No me voy a ir en Metro, voy a caminar, con conciencia de que los 20 minutos del trabajo a casa son un laberinto de decenas de caminos. Pensar en llegar a casa y comer algo me traba, porque hace frío y tendré que lavar los platos con agua fría, y mis dedos se van a trabar. Al otro día por la mañana tomo el Metro, con otra moneda de peso que es de 1997 así que la puedo invertir en traslado. Siempre tomar el Metro en la mañana es mala idea, pero tengo frío. Y olvido que todos tienen frío, y abordo un vagón de la línea azul. ¡Dios!, huele a humanidad. No tengo frío pero mi nariz esta disgustada. Trasbordo en Hidalgo y me cambio a la línea verde. Mala idea, mala idea, mala idea. En esos vagones los pasajeros viajan trabados, y éste trasbordo es de los más importantes. Llega el tren, se abren las puertas, y los vagones escupen gente, vomitan pasajeros, salen con fuerzas, empujados unos contra otros… los que queremos subir empujamos, es una escena épica, gente contra gente, los que salen y los que entran, multitudes apuradas, a contra reloj. Abrazo mi bolsa, palpo mi celular en el bolsillo de la chamarra, me abrazo mucho porque no quiero que me roben, que me pancheén pues. Y entro al vagón, solo para ser escupida en la siguiente estación y vivir un minuto trabada junto a los demás pasajeros. Cierro los ojos y recuerdo la escena del trasbordo. Vagones destrabados. Abro los ojos y veo mis dedos. Le pido a cada una de las diez falanges que se destraben, y escupen este texto.

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2013/08/05

20 años | Me quedo un viernes en la capital

20 años
Por: Liliana Cavazos

Ya pasaron siete mil 305 días desde que tu moriste, y, juro por Dios que he contado cada una de las lunas y los soles que se ponen y se van sin ti.

Tu ausencia cala sin remedio alguno; mira que en mis derrotas me falta tu hombro, y tu sonrisa en mis victorias.

Te enterramos. Te enterré.

Arrojé un puño de tierra a donde tu eterna morada, y, desde entonces solo vi como los días se hicieron años.

Durante todo este tiempo te escribí un sinnúmero de cartas, cuentos y versos. Hoy es el último.

Hoy le arrojo un puño de tierra al dolor.

Hoy levanto el luto.

Ya entendí que el viaje sigue sin ti, pero contigo siempre en mi corazón.

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2013/07/29

Recorriendo madrugadas | ARCHIVO ROJO

Recorriendo madrugadas
Por: Liliana Cavazos

Pese a la neblina de inconformidad que me rodeaba, esa noche llegué a la redacción en punto de las 22 horas.

Para hacer llevadera la decisión de mi jefe de asignarme a la guardia nocturna de la nota roja,  preparé un termo con chocolate caliente y en mi mochila cargué con un libro de José Balza titulado “Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar”.

No me gustaba la idea de cubrir la nota roja, mucho menos de lidiar con la madrugada y permanecer despierta en busca de la nota. Tenía 24 años y el escenario era un Monterrey en el que despertaba la violencia por el crimen organizado.

Me sentía fiada de algo: el camarógrafo que me fue asignado –Chuy Bocanegra- era un tipo de colmillo, y, aunque yo nunca había trabajado con él sabía por dichos de compañeros que era un conocedor de la materia.

Esa noche me terminé el chocolate caliente, y, permanecer despierta no fue ningún problema. Chuy y yo recorrimos la ciudad junto con los colegas de los otros medios.

José Balza permaneció en la mochila porque el libro de Chuy, narrado por el mismo ocupó toda mi atención. Apenas mi cabeza se llenaba con todos esas historias policíacas cuando el radio de comunicación sonó, había que darse prisa, poner el pie en el acelerador y enrutarse al poniente porque unos tipos habían arrojado una granada contra el Consulado de los Estados Unidos.

Desde un año antes yo ya comenzaba a cubrir esta fuente, pero la aleternaba con la fuente Local. Pero esa noche fue diferente porque fue la noche en que me enrolé en esto.

De a poco entendí el significado de la frase “compañero de las mil batallas”. Las calles de aquellas madrugadas eran anchas, la sangre tibia olía a dolor, las letras en mi libreta apenas eran legibles. Regresar a la redacción ameritaba un suspiro.

Mi reproche por cubrir esa fuente pasó por altibajos de emociones a lo largo de este tiempo. Hoy no hay reproche.

Vi la muerte por violencia, la retraté y escribí acerca de ella sin que hasta hoy tenga una certera idea del número de caracteres que le he dedicado a este tema.

Aquella vez era un octubre y comencé mi turno a las 22:30 horas. El turno sigue activo, no ha terminado. Todavía cuido que la suela de mis zapatos no pisen por error los casquillos -algunos percutidos y otros no-  que se esconden bajo la tenue luz artificial de la madrugada.

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2013/07/21

Los músicos rotos | Me quedo un viernes en la capital

Los músicos rotos
Por Liliana Cavazos

Él y yo crecimos juntos; nuestro primer instinto fue escuchar.

Un día escribimos hasta tres décadas en partituras, pero yo ya había renunciado a mi banquillo en la orquesta.

Tuve un pretexto: la escusa barata y trillada de volverme poeta.

Y entonces abandoné el pentagrama como se abandona todo lo que ya no se usa y ya no se quiere, y, lo cambié por cualquier servilleta, cualquier trozo de papel que me ofreciera un lugar seguro para vaciar mis ensayos.

Y sin darme cuenta entonces, lo abandoné a él también.

Él esperaba paciente abrazando su chelo, esperaba verme llegar con mi violín, esperaba la instrucción del director de orquesta.

Y entonces, él era ya un músico triste, y, yo, sin remedio, de todos el poeta más triste.

*Para el maestro José Rubén Regalado Garza, "Robenovski Reggatov", por la orquesta que dirige en su corazón.

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2013/07/19

La muy maldita | Me quedo un viernes en la capital

La muy maldita
Por: Liliana Cavazos

Quizá soy la maldita más maldita de todas, porque sé de los muchos silencios que mi presencia te impone. Yo por tus ojos sé tantas cosas, como hasta la mitad de tu vida e incluso lo que no has vivido, yo ya sé como lo vivirás. Habrás de sufrir un poco, un tanto, y soltarás lágrimas, y otros días te reirás.

Yo sé mucho de ti, por la forma en que miras, porque en esa forma me regalas los códigos para penetrar en el búnker de tu alma. Y es que a ti no te sale y no te queda bien el disimular. Me miras, y clavas tus ojos en los míos como si tú creyeras que Dios me instruyó descifrarte.

Me miras y me desgarras un poco. Te miro, y te pongo mis ojos en los tuyos porque no encuentro otro remedio a tu falto disimulo, más que mostrarte el oscuro color café con el que se viste mi alma.


Y los ojos se encuentran unos a otros, y las miradas se suspenden y se abren puertas enormes y entonces coloco los códigos y la escotilla se abre, y se rompen los miedos, y llueven las risas en forma de verano, y te sale de tu boca una que otra frase, y las palabras se cruzan, y nosotros nos cruzamos, y los ojos puestos, y tú me descifras, y yo me río, y tú te clavas, y yo perversa, y yo maldita, deseando ser  inocente, y otros días al menos un poco inconsciente.

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2013/07/09

LLUÉVEME | Me quedo un viernes en la capital

Lluéveme
Por Liliana Cavazos

[IF YOUR LIPS
FEEL LONELY
AND THIRSTY
KISS THE RAIN]
[BILLIE  MYERS]

Lluéveme.

Lluéveme cómo si yo fuera desierto.

Lluéveme cómo si no tuvieses otra cosa por hacer.

Cómo si no tuvieras piedad.

Cómo si no tuvieras culpa.

Cómo en expiación.

Hazte lluvia.

Cáete de arriba.

Divídete en gotas.

Moja este suelo.

Y no te seques.

Y no te seques.

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2013/07/03

Aquí con ustedes | Me quedo un viernes en la capital

Aquí con ustedes
Por Liliana Cavazos

[A  QUESTION THAT 
SOMETIMES
 DRIVES ME HAZY: 
AM I OR ARE 
THE OTHERS CRAZY?. .
A. EINSTEIN]

Yo no estaba loco, pero me llevaron al pabellón; les dije que no era de este mundo, pero no me escucharon.

-Seguro -me dijo uno de ellos- eres de la luna.

Todos se rieron, pero yo sé que él hablaba en serio y que me comprendía porque lo dijo en un tono de misericordia.

Al final del día yo ya no hilaba mis ideas y los calmantes aderezaban mi sangre. Pero ahí, aquella noche de aquel verano comprendí que sin darme cuenta un día hace tiempo me convertí en gigante, y que yo venía de un planeta divido en dos hemisferios que ahora estaba dentro de mi.

Entonces respiré profundo hasta dormir y así fue cómo volví al tamaño normal y regresé a casa. Y heme aquí, con todos ustedes.

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2013/02/06

Puñados | Me quedo un viernes en la capital


Puñados
Por: Liliana Cavazos

Ya no creo en las derrotas que derrotan
ni en los verbos que enamoran;
Soy perpetua figura
de los pasos suaves
y tambièn veloces
de cualquier baile.

De las almas raudas
y los corazones rotos
soy aliado y guío ríos,
como caminante asolado
que conoce la sed
y el castigo
(a veces justo)
del astro rey.

Los caminos ya son valles
de esperanza;
mi sombrero es un eco
de sabios consejos,
y mi sabiduría
no son más que recuerdos.

Entonces, a puños voy cargando
mi vida en trozos de cristales
que cortan la piel;
A puños llevo besos y abrazos,
y,
son puños
todo mi equipaje.

Ya no creo en las derrotas,
porque las descubrí
fantasmas de las fobias.
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2013/01/03

Me quedo un viernes en la capital | Año viejo

Año viejo
Por: Liliana Cavazos

El año se acaba y sus minutos caminan al poniente buscando donde se pone el sol.

Algunos tantos de ellos rompen reglas y en su andar miran atrás… me saludan, me sonríen, me guiñen un ojo, me mandan un beso tronado, y, uno que otro me grita mentadas.

A mi solo me queda una sonrisa, y, agitando con la palma derecha de mi mano un saludo: corto-corto-largo-largo.

Adiós, amigo, ya eres viejo, amigo. Otro día te recordaré, te mueres en el calendario pero tus días se quedan avivados en esta vida como una gran lección.

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