Recorriendo madrugadas
Por: Liliana Cavazos
Pese a la neblina de inconformidad que me rodeaba, esa noche
llegué a la redacción en punto de las 22 horas.
Para hacer llevadera la decisión de mi jefe de asignarme a
la guardia nocturna de la nota roja, preparé un termo con chocolate caliente y en
mi mochila cargué con un libro de José Balza titulado “Setecientas palmeras
plantadas en el mismo lugar”.
No me gustaba la idea de cubrir la nota roja, mucho menos de
lidiar con la madrugada y permanecer despierta en busca de la nota. Tenía 24
años y el escenario era un Monterrey en el que despertaba la violencia por el
crimen organizado.
Me sentía fiada de algo: el camarógrafo que me fue asignado –Chuy
Bocanegra- era un tipo de colmillo, y, aunque yo nunca había trabajado con él
sabía por dichos de compañeros que era un conocedor de la materia.
Esa noche me terminé el chocolate caliente, y, permanecer
despierta no fue ningún problema. Chuy y yo recorrimos la ciudad junto con los
colegas de los otros medios.
José Balza permaneció en la mochila porque el libro de Chuy,
narrado por el mismo ocupó toda mi atención. Apenas mi cabeza se llenaba con
todos esas historias policíacas cuando el radio de comunicación sonó, había que
darse prisa, poner el pie en el acelerador y enrutarse al poniente porque unos
tipos habían arrojado una granada contra el Consulado de los Estados Unidos.
Desde un año antes yo ya comenzaba a cubrir esta fuente,
pero la aleternaba con la fuente Local. Pero esa noche fue diferente porque fue
la noche en que me enrolé en esto.
De a poco entendí el significado de la frase “compañero de
las mil batallas”. Las calles de aquellas madrugadas eran anchas, la sangre
tibia olía a dolor, las letras en mi libreta apenas eran legibles. Regresar a
la redacción ameritaba un suspiro.
Mi reproche por cubrir esa fuente pasó por altibajos de
emociones a lo largo de este tiempo. Hoy no hay reproche.
Vi la muerte por violencia, la retraté y escribí acerca de
ella sin que hasta hoy tenga una certera idea del número de caracteres que le
he dedicado a este tema.
Aquella vez era un octubre y comencé mi turno a las 22:30
horas. El turno sigue activo, no ha terminado. Todavía cuido que la suela de
mis zapatos no pisen por error los casquillos -algunos percutidos y otros no- que se esconden bajo
la tenue luz artificial de la madrugada.
. . . .