Por: Liliana Cavazos
Quizá soy la maldita más maldita de todas, porque sé de los muchos silencios que mi presencia te impone. Yo por tus ojos sé tantas cosas, como hasta la mitad de tu vida e incluso lo que no has vivido, yo ya sé como lo vivirás. Habrás de sufrir un poco, un tanto, y soltarás lágrimas, y otros días te reirás.
Yo sé mucho de ti, por la forma en que miras, porque en esa
forma me regalas los códigos para penetrar en el búnker de tu alma. Y es que a
ti no te sale y no te queda bien el disimular. Me miras, y clavas tus ojos en
los míos como si tú creyeras que Dios me instruyó descifrarte.
Me miras y me desgarras un poco. Te miro, y te pongo mis
ojos en los tuyos porque no encuentro otro remedio a tu falto disimulo, más que
mostrarte el oscuro color café con el que se viste mi alma.
Y los ojos se encuentran unos a otros, y las miradas se
suspenden y se abren puertas enormes y entonces coloco los códigos y la
escotilla se abre, y se rompen los miedos, y llueven las risas en forma de
verano, y te sale de tu boca una que otra frase, y las palabras se cruzan, y
nosotros nos cruzamos, y los ojos puestos, y tú me descifras, y yo me río, y tú
te clavas, y yo perversa, y yo maldita, deseando ser inocente, y otros días al menos un poco inconsciente.
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