Dedos trabados
Por: Liliana Cavazos
Hace
mucho que no escribo. No sé qué pasó, quizá se me enfriaron los dedos, quizá te
atoraste en mis pensamientos. Soy muy joven para que me pase esto, y hoy por
fin reconozco que desde hace unos años, los dedos se me entumen; cada uno de los huesos de
mis falanges se convierten en pequeñas estatuas de oda a las prosas que guardo y
que soy incapaz de escribir. Me da pena y cubro una mano con otra para que la
gente no note a mis flacuchos dedos trabados. Y llega el frío previsto, pero
hostigante, y se cuela por el tejido óseo. Hace mucho que no escribo porque me
trabo. Me limito a los textos del día, los que un editor inserta en rejillas de
un CMS para un portal informativo; ese CMS que es una palabra nueva para mí, la
palabra de este año: Xalok. Que curiosa palabra, que bonita, que rico se siente
pronunciar las equis como ches, que delicia la formación fonética entre la
lengua y los dientes, y el airecito que se escapa de la boca para pronunciar.
Luego camino a casa y también me trabo. En la banqueta, afuera de la oficina me
trabo, y no sé si deba caminar, regresar en bicicleta, o hacer el absurdo
trasbordo de Metro para solo avanzar tres estaciones. Quizá un taxi, pero el
bolsillo se me traba. Y luego esos ojos claros sacuden mi mente, y me trabo. Y
luego pensar en el futuro y me trabo. Y después recordar el pasado… y también,
lo mismo pasa. Y el presente solo fluye sin trabas. Con mis dedos entumidos
saco de mi bolsillo tres pesos; frente a la decisión de comprar un boleto para
abordar el Metro encuentro que una de las monedas de peso, es de 1992. Es un
viejo Nuevo Peso. Entonces lo guardo, porque soy rara y guardo las monedas de
1992 para regalárselas a mi hermano que nació ese año, aunque a él no le
importa el asunto de las monedas. Esta trabado. No me voy a ir en Metro, voy a
caminar, con conciencia de que los 20 minutos del trabajo a casa son un
laberinto de decenas de caminos. Pensar en llegar a casa y comer algo me traba,
porque hace frío y tendré que lavar los platos con agua fría, y mis dedos se
van a trabar. Al otro día por la mañana tomo el Metro, con otra moneda de peso
que es de 1997 así que la puedo invertir en traslado. Siempre tomar el Metro en
la mañana es mala idea, pero tengo frío. Y olvido que todos tienen frío, y
abordo un vagón de la línea azul. ¡Dios!, huele a humanidad. No tengo frío pero
mi nariz esta disgustada. Trasbordo en Hidalgo y me cambio a la línea verde.
Mala idea, mala idea, mala idea. En esos vagones los pasajeros viajan trabados,
y éste trasbordo es de los más importantes. Llega el tren, se abren las
puertas, y los vagones escupen gente, vomitan pasajeros, salen con fuerzas,
empujados unos contra otros… los que queremos subir empujamos, es una escena
épica, gente contra gente, los que salen y los que entran, multitudes apuradas,
a contra reloj. Abrazo mi bolsa, palpo mi celular en el bolsillo de la
chamarra, me abrazo mucho porque no quiero que me roben, que me pancheén pues.
Y entro al vagón, solo para ser escupida en la siguiente estación y vivir un
minuto trabada junto a los demás pasajeros. Cierro los ojos y recuerdo la
escena del trasbordo. Vagones destrabados. Abro los ojos y veo mis dedos. Le
pido a cada una de las diez falanges que se destraben, y escupen este texto.
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