2015/12/05

Días pasados | Capítulo Tretsofary



By. LC.

Éramos como 15 ó 20... Unas noches menos otras más. Nos juntábamos en la esquina de la cuadra y bajábamos la tapa de la Dodge 1963 que llevaba años sin moverse. Nos rolábamos el churro, le mentábamos la madre a la física desde la patineta. Hacíamos encabronar a todos los viejos del barrio. Un día vino el Don que vivía al lado del depósito y se puso picudo. Sabíamos que no nos podíamos meter en más broncas, pero también sabíamos que nos valía madres. Yo lo tumbé a putazos. Obvio le hablaron a los polis. Obvio que corrimos sin rumbo. Obvio que no me agarraron. En la confusión los tiras agarraron al morro más chiquillo que se juntaba con nosotros. Como era menor de edad de ‘vole’ lo dejaron libre. Pero eso sí, el bato bien fierro: no se peinó. Luego dejamos las rilas y empezamos de antro. Conseguimos mejor producto y más contactos. También más broncas. Una de mis vecinas, una morra que también se juntaba en la esquina, la dejé de ver un rato. Luego la vi en la tele: se hizo reportera. Si de pronto nos topábamos cerca del barrio nos sonreíamos. Ella sabía mi jale y yo el suyo. Límites, siempre lo supimos: límites. Todo se puso pesado. Me fui de ahí, pero no tan lejos. Luego cedí a la presión e hice la pendejada más grande de mi vida. En las noticias y en los periódicos, en todos lados hablaban de lo que hice y hasta me hicieron un retrato hablado. Un compa del barrio me dijo que no había tiras por la zona, así que antes de emprender mi largo viaje fui a mi vieja casa donde mi abuela a decirle adiós. Yo sabía que sería la última vez que la vería. No atiné que en el barrio mis otros camaradas también tenían la soga en el cuello, y ponerme el dedo los salvaría. Chingos de ministeriales y la madre rompieron la puerta de la casa. Mi pobre abuela aferrada a mi espalda e implorando "no se lo lleven, no se lo lleven, es mi niño". Nos separaron, afuera en la calle me agarraron a putazos. Me pasearon todo un pinche día. Les dije que tenía sed y me metieron agua por la nariz. Los pinches alfileres calientes atravesando mis dedos. Mi confesión gritada a lo pendejo: nombres, direcciones, fechas. El puto hormigueo en las manos cuando me quitaron los cables y la sangre pudo otra vez circular. Y frente al circo mediático me pusieron guapo. Chingos de hielo y pomadas pa ponerme frente a las cámaras de televisión unos cinco minutos. Me pusieron un chaleco naranja que decía "detenido", me esposaron y a paso veloz me jalaron por el pasillo desde donde avistaba flashazos y preguntas de los reporteros. La vi, a mi vecina. Nos pusimos los ojos en los ojos. Un abrazo en la mirada. Una mirada de... ¡chingado!, de esas pinches miradas que quieres volver el tiempo atrás, cuando la patineta y las pendejadas. ¡Qué putas!. Entonces mejor agaché la mirada y sentí el flash de su cámara fotográfica.  Yo sabía que me decía "he cabrón, no es mi pedo". Ella sabía que yo le decía "he morra, los días ya nunca serán como aquellos días”.

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