La niñita
Por: Liliana Cavazos
El tiempo y la niñita parecían aliados. Los amantes –como
todos los amantes del mundo- se rasgaban el alma, las vestiduras y las carnes
por lanzarse uno al otro y comulgar con el pecado.
Pero la niñita estaba despierta, y, el reloj, advertía que
ese recoveco del día –y del mes- programado para amar se iba a terminar.
Entonces se miraban, fumaban sus cigarros y charlaban.
Entre un descuido y otro de la niñita -mientras jugaba sola-
ellos se besaban; en la cocina se comían, con lenguas y dientes, con cuellos
mordidos y espaldas estrujadas, las manos discutían con el sostén, las piernas
se abrían, se empujaban y… la niñita los llamó.
La pasión se hacía nudo, y la niñita quería atención e
ignoraba quién era él, y es que a ella -tan nueva en este mundo- poco le importaba
saber a quién besaba mamá que no era papá.
¡Ay!, los amantes y la conciencia de culpa, y los secretos,
y la doble vida, y sí, otra vez: la culpa por saberse dueños de una espada de
hierro que pincha el corazón de las promesas de un altar, amenazando con
atravesarlo todo y capaz de borrar la sonrisa del retrato familiar.
Una improvisada estrategia salió de la manga de mamá: un
biberón con agua y un arrullo exprés para luego recostar a la niñita en el
sillón. Los párpados de la pequeña caían, y lo amantes, en la silla del comedor
repetían el rito.
Pero la maniobra resultaba incomoda; se pusieron de pie,
caminaron hacía el otro sillón cuidando no soltarse, que los cuerpos
permanecieran juntos y los besos puestos en los labios. Malabaristas del amor.
El sillón no conformaba los espacios requeridos y lo
despidieron; cuerpo a cuerpo mejor quedaron en la duela, a ras de piso, calando
en la espalda y quitando prendas, arrebatándose las telas, bajando las manos,
tocando las curvas, humedeciendo la vida.
Casi desnudos, gemían y comían, eran carne y eran verbo; al
siguiente giro de cara para retomar postura y consumar el acto, ambos vieron a
la niñita: despierta, risueña y mirándolos de frente.
En un segundo se terminó todo –las culpas, las culpas, las
culpas-. De la pasión, al susto y del susto a la risa; se sintieron
descubiertos por una pequeña que no hace mucho que ya camina, que se inicia en
la vida, y ya cómplice de una aventura. Pequeña cómplice.
A la risa nerviosa el asalto de miedos: ¿lo recordará?, pensó la madre. La angustia, la angustia... y los años por venir.
A la risa nerviosa el asalto de miedos: ¿lo recordará?, pensó la madre. La angustia, la angustia... y los años por venir.
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