Por: Liliana Cavazos
Recuerdo tu lengua esculpiendo promesas en mi espalda. Decías, seguro de todo, que
era mejor taparnos juntos con la misma cobija que andar por ahí, ve a tú a
saber con sabe tú cuál piel dándole calor a esto.
Pero bien, lo último que recuerdo es eso, y sólo eso. Piel
contra piel. Después ya no pude retener más información. La mente a capricho se
hunde en recuerdos, esos, de esas mañanas sonoras de gemidos, y tu-de-li-ca-do-tim-bre-de-voz-a-ca-ri-cián-do-mi-o-í-do.
Decías, como si fuera real, que te recordaba una triste nota
de una canción, de esas que entre su tristeza te hacen abrazarlas cómo un
resquicio de amarillo en una mancha gris. Te gustaba poner tus ojos frente a
los míos. Te gustaba poner tus manos en mi cintura. Te gustaba poner tus labios
en mi cuello. Te gustaba besarme los pechos. Te gustaba tragarte mi lengua. Te
gustaban mis piernas enteras enredadas en tu cadera. Te gustaba matarme de a
lento, hacia adentro y hacia adentro.
Te gustaba que lloviera y saberme mojada. Te gustaba, te
gustaba. Hombre tú al fin, vengándole al mundo tus derrotas en lo profundo de
una mujer lastimada.
Lo último que recuerdo me lleva a la conciencia de saber que
te subiste la bragueta y que luego cruzaste la puerta. La mente a capricho
juega conmigo y tu cobarde rastro se seca y se pudre de ratos en mi cama y de a
ratos en mi infamia.
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